Aníbal Buján

“Digesto de Costumbres Registrales Tomo II”, Compilación

“No puedo hablar mal de Roberto Echenagucía. Es mi patrón desde hace más de 10 años, todos los meses pagó en fecha y siempre depositó correctamente mis aportes”.

“Mi padre perdió su trabajo en la ´Forestal Misiones´ a los 61 años. Por desventajas físicas, debió abandonar su tarea de leñador después de más de 40 años en la empresa. Esperaba entonces recibir una compensación acorde a su esfuerzo y jubilarse decorosamente”.

“Pero no bien comenzó con los trámites, la empresas retrasó su retiro con muchos obstáculos y respuestas jodidas: parece que la patronal nunca había declarado legalmente la existencia de mi padre como empleado de la compañía. Y así fue como mi papá —después de haber trabajo toda su vida— murió “bancado” por mi hermano y por mí”.

No quise repetir esta historia y a los 47 años —cuando cerré definitivamente mi juguetería— me puse a trabajar por escaso dinero en el Registro Automotor de Roberto Etchenagucía. Y es que el sueldo no me importa tanto —todavía puedo vivir de mis ahorros de la juguetería— sino que Roberto deposite correctamente los aportes que van a asegurar mi jubilación. Y así es. Todos los meses pido mis resúmenes de legajo y Roberto cumple sin demoras”.

“Y así fue como se fueron dando las cosas, porque la confianza trae el respeto y el respeto acerca el afecto (llegamos incluso a tomar clases de cocina juntos hasta no hace demasiado tiempo)”

“No sé cómo está Roberto ahora. Ya no charla conmigo ni compartimos caminatas. Sé que su mujer siempre tiene algo que reprocharle, que sus dos hijas —muy influenciadas por las madre— están alejándose de él y que comenzó una relación sentimental difícil con la profesora que nos dictaba clases de cocina”.

“Yo espero que todo mejore y que Roberto vuelva a ser el tipo de siempre. Hasta me gustaría que se anime a publicar alguna de esas cosas que escribe…”

Aníbal Buján, empleado del Registro de Roberto Etchenagucía, contó estas cosas en la cola del Banco de Misiones, donde concurre mensualmente a depositar doce pesos en su “Caja de Ahorros Especial”. Con estos ahorros piensa “agregar algo más a la jubilación”, según explica.

Alejandro Puga

Libro «Digesto de Costumbres Registrales II», Mayo de 2001

Mabel Iriarte

Su hijo está Loco ¿Qué otra cosa puedo pensar?”

“Es un hombre que cambió su apellido simplemente porque no le gustaba, un hombre que acostumbraba volver borracho a casa a las tres de la mañana, un hombre suspendido y vuelto a nombrar como Encargado de Registro, un hombre que acostumbraba a defender gratuitamente a los necesitados, que regenteaba un prostíbulo en las afueras de la ciudad y que ahora anda con una mujer de pasado turbio”.

“Yo le di muchas oportunidades para cambiar, sobre todo por las chicas. No quería que ellas sufrieran el divorcio. Y así fue como viajé con él en un intento de reconciliación a la península de Valdez, le recomendé varias veces abandonar el prostíbulo (aún sabiendo que era una excelente fuente de ingresos para la familia) y le aconsejé no obsesionarse tanto con su trabajo administrativo. Hasta llegué a elogiarle una espantosa novela que escribió con mucho esmero.

“Pero bueno, él no cedió en nada… ¿qué quería usted que yo hiciera?”

En la ciudad de Campo Grande Dora Brítez —la madre de Roberto Etchenagucía— recibió esta explicación de Mabel Iriarte, cuando le preguntó por los motivos que le hicieron echar a su hijo de la casa que compartían en Posadas.

Alejandro Puga

Libro «Digesto de Costumbres Registrales II», Mayo de 2001

Cocina Fácil

Se dice que Roberto Etchenagucía está enamorado.

Nadie hubiera imaginado que después de la traumática separación con su mujer el amor volvería a sorprenderlo tan rápidamente. Pero las cosas “suceden”, como le gusta decir.

La culpable del asunto es la profesora de “Cocina Fácil”, clases que Roberto comenzó a tomar poco después de su ruptura matrimonial. Encontrándose solo en su departamento de un ambiente —y presionado por una reducción de sus emolumentos— Roberto se vio obligado a preparar su propia cena todas las noches. Las primeras semanas su dieta no superó las hamburguesas y las salchichas pero —aconsejado por su médico y por su madre— entendió la necesidad de elaborar comidas más sanas y nutritivas.

Así fue como comenzó a tomar clases de “Cocina Fácil” en la escuela de Jorge Carrascosa, un viejo amigo dueño de una concesionaria de autos en Iguazú. Acompañado por Aníbal —ese empleado que comenzó trabajando sólo por el seguro social, pero terminó encariñándose con él— Roberto comenzó todas las tardes con la escuela en cuestión.

Al frente de un curso de 20 alumnos —nuevos separados como él, esposas agotadas y quinceañeras entusiastas— estaba la profesora Viviana, una joven de 22 años a quien Roberto veía como su hija. Casi.

Sin darse cuenta, Roberto comenzó a elogiar exageradamente a Viviana. Llegaba al Registro y comentaba los “sabrosos ñoquis” o “maravillosos churrascos” que ella le había enseñado a preparar el día anterior. Ponderaba también el trato, los modales y el “criterio pedagógico” de Viviana.

La situación comenzó a preocuparlo al recordar sus piernas durante la mañana o soñar con su cintura por las noches; pero las cosas se fueron dando: Roberto cuidaba su aspecto cuando concurría a las clases, abandonó su vocabulario registral y empleó sus técnicas más exitosas para seducir a la joven.

Y se dice que Viviana cayó.

Ahora se los ve pasear tomados de la mano por las calles céntricas de Posadas, sentarse en la estación de trenes mirando durante horas el movimiento de la terminal y garabatear las páginas del Digesto con mutuas declaraciones de amor.

Roberto deambula como un extraño por las calles de Posadas, sonríe a sus enemigos más acérrimos, hace dibujitos mientras firma los Formularios 08 y mantiene la mirada perdida y el gesto sonriente frente a cualquier disputa del mostrador.

Y es que las cosas —insiste— “suceden”.

Alejandro Puga

Libro «Digesto de Costumbres Registrales II», Mayo de 2001