Puntos de Vista

«Digesto de Costumbres Registrales», Compilación

Accidentalmente, dos personajes registrales se cruzan en el Jardín Botánico. Sólo se saludan en virtud de haber compartido alguna reunión en AAERPA, pero el ambiente naturista los arrastra hacia una larga conversación sobre temas administrativos.

Comienzan intercambiando opiniones acerca del Formulario 08. El más prolijo de estos hombres —llamémosle José— considera que «esta Solicitud Tipo es útil para deslindar responsabilidades y cumplir con las obligaciones legales que impone el régimen legal del automotor». Sostiene que «es altamente confiable por sus filigranas de seguridad, su diseño y hasta su textura». 

Llamaremos Pedro al segundo paseante quien —luciendo ojotas, musculosa y barba de tres días— replica argumentando que «ese papelito sólo sirve para cumplir burocráticamente con lo que ya se hizo en la práctica: vender el auto». 

La conversación se orienta ahora hacia un tema más conflictivo: las características del Encargado de Registro. El más delicado de los hombres piensa que se trata de funcionarios de «alta idoneidad, conocimiento y condiciones para el cargo». Rápidamente nuestro segundo personaje lo retruca, señalando los ojos del otro con su dedo índice: «sepa usted que sólo estamos hablando de personajes inescrupulosos e inamovibles, representantes del amiguismo de turno».

Lejos de aplacarlos, la naturaleza los enardece, y la pacífica conversación comienza a cambiar de rumbo. Mientras José defiende a los Mandatarios como «eficaces intermediarios», Pedro entiende que se trata de «aprovechadores y avivados, que toman vino en el bar más cercano con el dinero que expropiaron a la pobre viejita que extravió la cédula de su auto».

El tono de conversación sube, siempre dentro de los mismo parámetros. Mientras José defiende a los empleados registrales, Pedro los trata de «sucios, pachorrientos y desagradables personajes que se esfuerzan por conquistar gestoras de 25 años, pero no hacen ningún movimiento para encontrar aquel legajo perdido desde 1976″.

La discusión —ya no pueden utilizarse eufemismos— alcanza su punto cúlmine cuando el joven delicado se pone de pie y ensaya un «agradecimiento público hacia los usuarios, quienes pierden días y pesos para verificar su auto, concurrir a la Policía, al Registro y al Escribano. Finalmente —continúa— acercan su trámite con una sonrisa y un caramelo».

Nuestro segundo visitante del Jardín Botánico esgrime su puño, al mismo tiempo que caracteriza a los tramitentes como «olorosos personajes que entran al Registro protestando y gritando por la obligación de transferir su auto, porque no les funciona el bolígrafo para hacer la cruz en un Formulario 02 y por la cara del Cajero». Gruñen contra el gobierno —continúa el hombre— y desafían hasta la paciencia del cobrador de patentes, un corista de la Iglesia barrial.

La tensión se relaja frente a la mirada del cuidador y nuestro paseantes disimulan hablando del Protocolo 21 como «una posición del Kamasutra, especialmente recomendada para mantener relaciones sexuales con brasileras» y del bloqueo que se produce en un legajo «cuando se amontonan ladrillos sobre él». Confundido, el cuidador los abandona, pensando en la necesidad de tomar un servicio médico dentro del predio.

Parte de las afirmaciones precedentes —no cabe duda— fueron impulsadas por el grado de alcoholemia que indicaron los análisis de Pedro. La relación que su hijita (de apenas 18 años) mantuvo con el muchacho que le enseñaba Rentas y el resultado de los juicios iniciados no puede tampoco despreciarse.

Pero la controversi tiene un razón excluyente: se trata de un Encargado recientemente nombrado (José) discutiendo frente a otro (Pedro), recientemente separado del cargo.

Es fácil entender las posiciones. Más difícil, no obstante, es tomar partido y determinar el grado de veracidad de cada una de ellas. 

Alejandro Puga

Revista Legajo ´C´, Diciembre de 1995