Se dice que Roberto Etchenagucía está enamorado.
Nadie hubiera imaginado que después de la traumática separación con su mujer el amor volvería a sorprenderlo tan rápidamente. Pero las cosas “suceden”, como le gusta decir.
La culpable del asunto es la profesora de “Cocina Fácil”, clases que Roberto comenzó a tomar poco después de su ruptura matrimonial. Encontrándose solo en su departamento de un ambiente —y presionado por una reducción de sus emolumentos— Roberto se vio obligado a preparar su propia cena todas las noches. Las primeras semanas su dieta no superó las hamburguesas y las salchichas pero —aconsejado por su médico y por su madre— entendió la necesidad de elaborar comidas más sanas y nutritivas.
Así fue como comenzó a tomar clases de “Cocina Fácil” en la escuela de Jorge Carrascosa, un viejo amigo dueño de una concesionaria de autos en Iguazú. Acompañado por Aníbal —ese empleado que comenzó trabajando sólo por el seguro social, pero terminó encariñándose con él— Roberto comenzó todas las tardes con la escuela en cuestión.
Al frente de un curso de 20 alumnos —nuevos separados como él, esposas agotadas y quinceañeras entusiastas— estaba la profesora Viviana, una joven de 22 años a quien Roberto veía como su hija. Casi.
Sin darse cuenta, Roberto comenzó a elogiar exageradamente a Viviana. Llegaba al Registro y comentaba los “sabrosos ñoquis” o “maravillosos churrascos” que ella le había enseñado a preparar el día anterior. Ponderaba también el trato, los modales y el “criterio pedagógico” de Viviana.
La situación comenzó a preocuparlo al recordar sus piernas durante la mañana o soñar con su cintura por las noches; pero las cosas se fueron dando: Roberto cuidaba su aspecto cuando concurría a las clases, abandonó su vocabulario registral y empleó sus técnicas más exitosas para seducir a la joven.
Y se dice que Viviana cayó.
Ahora se los ve pasear tomados de la mano por las calles céntricas de Posadas, sentarse en la estación de trenes mirando durante horas el movimiento de la terminal y garabatear las páginas del Digesto con mutuas declaraciones de amor.
Roberto deambula como un extraño por las calles de Posadas, sonríe a sus enemigos más acérrimos, hace dibujitos mientras firma los Formularios 08 y mantiene la mirada perdida y el gesto sonriente frente a cualquier disputa del mostrador.
Y es que las cosas —insiste— “suceden”.
Alejandro Puga
Libro «Digesto de Costumbres Registrales II», Mayo de 2001