Estafa

«Digesto de Costumbres Registrales Tomo II”, Compilación

Parece que Viviana —esa profesora de “Cocina Fácil” que había enamorado a Roberto Etchenagucía— no era tan inocente, ni tan veinteañera como creía nuestro Encargado.

Dos meses después de haber recorrido alegremente tomados de la mano las calles de Posadas, Roberto se enteró de que su profesora tenía más de 30 años, 3 hijas y algunos problemas encima: una condena por adulteración de firmas en la ciudad de San Javier, una acusación por tráfico de drogas en Iguazú, dos intentos de suicidio y un ex marido violento que estaba preso en Encarnación por dos asesinatos.

Y es lógico entender que Roberto se haya sentido “estafado”, “engañado” por su profesora después de conocer todo esto (él creyó en sus palabras: que apenas conocía el amor, que tenía apenas 22 años y que se sentía “como nunca” por conocerlo).

Alimentó aún más el resquemor y la furia de Roberto la manera en que se enteró de la historia: una inhibición general de bienes a nombre de la mujer que llegó a su Registro de Iguazú. Roberto se dirigió al Juzgado que tramitaba la acusación (el N° 5 de la ciudad fronteriza), se presentó ante el Dr. López —oficial mayor de la dependencia— pidió los antecedentes de la acusada y fue recién entonces cuando cayó en la cuenta de todo esto.

Esa misma noche —un martes 15 de noviembre— sintió que el engaño de su enamorada le costaba el alma, y que buena parte de su futuro se hacía añicos: tendría que aprender a cocinar en serio, porque allí terminaba su vida con ella.

Roberto no tenía ganas de cuidarla de los suicidios, de escaparle a su marido preso, de revisarle los cajones buscando el marterial contrabandeado, ni de tener tres nuevas hijas a su cargo.

Frente al desconcierto, y antes de que Viviana regresara al departamento de un ambiente que compartían los días domingos y lunes (ella argumentaba que de martes a sábados tomaba un micro a la ciudad de San Javier para visitar a su madre enferma), Roberto recogió las opiniones de su más allegados:

  • Aníbal —ese empleado que sólo trabajaba para mantener un seguro social— levantó sus hombre como señal de “qué va a hacer”.
  • Estela —quien siempre había enviadiado a la profesora— argumentó que su busto “seguro estaba operado”.
  • Su hija María Itatí dijo que Viviana le había caído muy simpática, y que le había encantado la pizza que preparó un día.
  • Florencia —esa empleada que en algún momento intentó las “meriendas de reconciliación” entre los empleados del Registro— sugirió un fin de semana fuera de la ciudad para “zanjar diferencias”, dijo.
  • Y su hermano Coco Díaz finalizó la rueda de consultas con un tajante “ya sabés que todas las mujeres son unas perras”

Las opiniones fueron diversas, contradictorias e interesadas. Tanto que en nada ayudaron a Roberto, quien todavía ignora la manera de juzgar esta historia.

Alejandro Puga

Libro «Digesto de Costumbres Registrales II», Mayo de 2001

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *