Coco Díaz


“No puedo decir nada demasiado bueno ni demasiado malo sobre mi hermano. Roberto es así, un tipo mediocre”.

“Mediocre es el trabajo administrativo que festejó tanto, mediocre es la mujer que eligió para casarse y mediocres son las ideas que propone para mejorar este prostíbulo: que por qué no contratamos seguridad más económica, que por qué no rebajamos el whisky con agua, que por qué no conseguimos preservativos más baratos, que por qué no abrimos un arancel más barato por participaciones simples, que por qué no vestimos a las chicas con motivos caribeños… esas son las ´grandes ideas´de mi hermano”.

“Pero —más allá de esta chatura— lo que no pude tolerar nunca es lo que hizo cuando lo nombraron Jefe en una de esas oficinas de coches: cambió su apellido, diciendo que ´Díaz´ (el que nos legó nuestro padre) era vulgar y no se correspondía con ese ´gran cargo´ al que había accedido”.

“Eligió entonces llamarse ´Etchenagucía´ que como usted sabe es mucho más aristocrático…”

Coco Díaz sonríe cuando finaliza esta frase sobre la barra del bar de “Rimel¨. Su interlocutor es Anselmo Ciccione, un habitual cliente del local desde su inauguración.

Alejandro Puga

Libro «Digesto de Costumbres Registrales II», Mayo de 2001

Viviana Vander

“Digesto de Costumbres Registrales Tomo II”, Compilación

A Roberto Etchenagucía lo conocí en Iguazú, cuando empecé a dar clases de cocina en la escuela de Jorge Carrascosa”.

“Me conviene estar dos días a la semana en la ciudad por un contacto fronterizo que me facilita ´pasar´ cocaína barata desde Paraguay. Así fue como —para blanquear mi estadía en la ciudad— me enganché a dar ese curso en la escuela de este tipo, que le debe algunos favores a mi ex-marido”

“Y allí fue donde conocí a Roberto. Llegaba a clases siempre despeinado, lleno de carpetas, con su corbata mal anudada y la camisa sin planchar: parecía un empleado de oficina explotado por sus jefes. Pero me gustaron sus gestos, su manera elegante de decir las cosas, sus ojos negros, y hasta lo distraído que se mostraba durante las explicaciones. Creo que me atrajo esa imagen de tipo desgraciado que ofrecía (después me di cuenta de que no le faltaban motivos: las perradas de su ex mujer, sus hijas que lo rechazaban, las deudas que no paraban de crecer)”.

“Y la verdad es que me metí. Me enamoré de ese hombre, y le mentí sobre mi historia. Creí que si me sacaba algunos años —él me veía como una hija— si fingía una vida ´limpia´, si ocultaba a mi marido, podría retenerlo, podría enamorarlo yo también”.

“Entonces le oculté mi semana real, diciéndole que los martes me tomaba el micro hasta aquí para ver a mi madre enferma —vos sabés que vive en Córdoba, que está bárbara y que sale con un muchacho veinte años menor que ella—. Estoy en casa con las nenas hasta el viernes, cuando paso a hacerle una visita semanal a mi marido. Le entrego la mercadería que recibo y él se encarga de venderla entre los presos. Los sábados me vuelvo entonces para Iguazú, los domingos a la mañana recibo el paquete en la frontera y a la tarde vuelvo al departamento de Roberto”.

“¿Pero cómo voy a contarle a él todo esto? Lo amo, me encanta compartir su departamento, cocinar cosas, planchar las camisas… y no quiero perderlo por nada”

Viviana Vander contó esta historia a Ayelén Montalvo en su casa de San Javier un día miércoles por la tarde. Ayelén es una amiga de su infancia que vive en Santiago de Chile y pasó de vacaciones por su ciudad natal.

Alejandro Puga

Libro «Digesto de Costumbres Registrales II», Mayo de 2001

Daniela Díaz

“Digesto de Costumbres Registrales Tomo II”, Compilación

“Yo sé que fue mamá quien echó a papá de casa, pero la entiendo: él es un tipo insoportable”

“Y contradictorio, muy contradictorio. Todo Posadas sabe que él regentea el prostíbulo ´Rímel´, que ahora se juntó con una chica muy joven y que tiene costumbres ´disipadas´. Sin embargo espantaba de la casa a todos mis amigos!”

“Se ponía celoso y los molestaba, les hacía la vida imposible, los cansaba. Entonces todo era un escándalo, mi hermanita María Itatí se ponía a llorar, mamá gritaba para hacerla callar, el perro que no paraba de ladrar. Y yo perdía a mis amigos —con alguno ya había pasado ´algo´— que preferían no volver más a casa.

“Ahora con mamá todo es distinto. Desde la separación, ya tuve como cuatro novios y a Sebastián —el hermano de tu compañera de banco— le permite quedarse a dormir con nosotras los viernes”.

A papá lo extraño un poco, pero cada vez menos. A fin de cuentas, creo que estamos mejor nosotras solas”.

Estas son algunas de las cosas que Daniela Díaz le dijo a Julieta Torres —una nueva compañera de curso— durante el primer recreo del jueves 22 de abril, en el patio del Polimodal “Horacio Quiroga”

Alejandro Puga

Libro «Digesto de Costumbres Registrales II», Mayo de 2001