Llantos de Mostrador
Toda oficina pública es un lugar antipático de antemano. Pero los usuarios del Registro Automotor no le van a la saga a los empleados en lo que a mañas de refiere, como puede comprobar cualquiera que haya atendido un mostrador durante más de cinco minutos.
Vayan aquí algunos ejemplos para que el lector entienda de qué estoy hablando:
Caso 1: Para que el empleado de mostrador complete los Formularios, los automovilistas suelen argumentar:
a) Que tienen miedo a equivocarse
b) Que escriben con una letra horrible
c) Que se olvidaron los anteojos
Caso 2: Para certificar una firma con Cédula Policial, el usuario expone:
a) Que el número de D.N.I. está puesto en la Cédula
b) Que viven en González Catán y no pueden volver a buscar el documento.
c) Que, al fin y al cabo, con todos los negociados de los políticos, por qué uno se va a poner tan exigente con una pavada así.
Caso 3: Para que se les haga el trámite en el día, el interesado dice, casi entre sollozos:
a) Que pidió permiso en el trabajo y no puede volver a faltar.
b) Que a las 15:00 parte para Madrid en auto.
c) Que son personas de peso político, conocen al Ministro de Justicia o que tatarabuelo le patentaba las carretas al Virrey Vértiz.
Caso 4: Para no esperar que llegue su turno, la víctima esgrime
a) Que ya recorrió ocho Registros y en ninguno estaba el legajo
b) Que sólo va a presentar un 0 Km.
c) Que sólo va a retirar.
d) Que es Mandatario Matriculado
e) Que está embarazado, nervioso, que tiene diarrea, o que está contagiado de SIDa y en cualquier momento se corta las venas y nos riega con sangre.
d) ¿Quién queda para esperar su número?
Si la argumentación no surte el efecto deseado, los usuarios del Automotor perfeccionan permanentemente sus técnicas hasta límites que aún no podemos siquiera sospechar. Algunas de éstas son probadamente eficientes.
Podemos citar el viejo recurso de regalar facturas, whisky o cualquier otro objeto de consumo fácil. Puede llegarse al Registro con un bebé en brazos, presentarse como discapacitado o, en último caso, mandar para hacer el trámite a la abuela Clementina, de 93 años recién cumplidos.
Lo peor de todo es que, a veces, las excusas son reales. Viajan esa misma tarde, no tienen con quien dejar el bebé o la abuela Clementina es la única que puede concurrir al Registro en horario de atención al público.
Ocurre que, como nos enseñó aquel viejo cuento del lobo, abusar de las mentira predispone a que no nos crean cuando decimos la verdad.
Alejandro Puga