«Basta de Legajos»

Tapa del libro «Digesto de Costumbres Registrales», compilación.

Alejandro Puga en la revista

«Legajo C», noviembre de 1991

«Yo era un hombre común, que andaba por la vida como el más común de los mortales».

«Sin embargo un buen día —que no puedo precisar con claridad pero creo que coincide con mi debut en el ámbito de la registración de automotores— mi vida comenzó a modificarse lenta e irremediablemente»

«Empecé a sentir los primeros síntomas en lo que se refiere a mi concepción del mundo. Siempre creí que el planeta se dividía en países y continentes, pero un buen día noté que empezaba a compartimentarse en legajos. El mundo era mi archivo».

«Algo similar ocurrió con mis amigos: empecé a nombrarlos por el número de chapa de su auto y los apodaba con los tres últimos números de dominio. La antigua Tarjeta Verde, que tantos años ocupó mi billetera, pasó a ser la ´Cédula de Identificación del Automotor´, y ni siquiera un prolongado paso por el psicólogo pudo evitarme el conflicto de esa modificación». 

«Creo que hablo solo. Camino y mantengo interminables diálogos imaginarios con extranjeros que se niegan a hacer una declaración jurada de domicilio. El oculista también se opone a estampar un sello de ´Deberá grabar cristales´ en mis recetas de anteojos, y el dentista me explica que no es necesario presentarle el Impuesto de Emergencia para arreglarme una caries».

«Tal vez lo peor de todo es que mi mujer me hechó de casa. Yo no me doy cuenta, pero argumenta que al atender el teléfono digo «Registro», y que en lugar de preguntarle si el café tiene azúcar le pregunto si tiene deuda de Rentas. Me despierto por las noche —dice— gritando que hay que constatar los oficios, mientras que los sábados y domingos 12.30 hs parece que corro hasta la puerta de casa, la cierro y me niego a atender el timbre por el resto del día».

«Hasta mi hijo me mira extrañado: para su cumpleaños le regalé un juego completo de los formularios existentes, porque me pareció una forma muy didáctica para enseñarle el nombre a todos los colores».

«Mi mujer, mis hijos, mis amigos. Creo que ya no puedo más y nada me distrae. Reemplacé mi devoción hacia las novelas de ficción por una compulsiva lectura del Digesto. Mi antiguo placer por la historia universal quedó relegado frente a una minuciosa revisión de legajos viejo: mis compañeros de trabajo me sorprenden habitualmente observando con lupa formularios de inscripción inicial de la década del ´60. Estoy solo, duermo bajo el mostrador del Registro y vivo con una ficha de OCA bajo el brazo, por las dudas».

«Esto, como verán, no es una nota: es un desesperado pedido de ayuda. Antes de que sea demasiado tarde, por favor, Basta de Legajos».

Alejandro Puga

Revista «Legajo C»,

Noviembre de 1991